Todos hemos saboreado en algún momento el redondo placer de una rosquilla. Ese sabor tan especial que ha aromatizado tardes de nuestra niñez y, probablemente, de nuestra edad adulta. Y es que se trata de un dulce que surgió en el pasado siglo XX con toda su fuerza y que aún hoy perdura. Una receta que ha sido reinterpretada un sinfín de veces y que ha experimentado todo tipo de combinaciones de sabores y colores.
Pero la fórmula original parece tener su raíz en el siglo XVI y en el souvenir gastronómico que unos holandeses portaron al nuevo continente por aquél entonces. Roscas fritas en grasa animal recubiertas de azúcar pero sin agujero. El hueco en el centro se le atribuyó más tarde a un capitán de barco de Nueva Inglaterra, quien, al no tener donde apoyar estas delicias, decidió clavarlas en los salientes del timón dando lugar así al famoso orificio rosquillero. Y a partir de la I Guerra Mundial, de la mano de los americanos, la rosquilla se convirtió en el bollo por excelencia de las tropas. Después se extendió entre los estudiantes, las patrullas de policía y el mundo entero.
Hoy en día la oferta es tan amplia que, a veces, cuesta decidirse . Sin embargo, las rosquillas clásicas son las que siguen ganando adeptos incondicionales. Por algo será. Y ¿qué es lo que hace que una rosquilla sea una buena rosquilla? Podemos decir que tres cualidades básicas: esponjosidad, ligereza y dulzor equilibrado.Algo que la producción industrial trata de imitar sin lograrlo del todo ya que es fácil caer en aromas plastificados cuando se utilizan grandes cantidades de conservantes y colorantes.
Por este mismo motivo, en Casa Urrutia reivindicamos el poder de la verdadera rosquilla recurriendo a la tradición y a los ingredientes del propio entorno. Comprometidos con el sabor auténtico, elaboramos nuestras rosquillas con productos ecológicos y siguiendo, paso a paso, la receta de nuestros antepasados. Para que comerse una rosquilla hoy sea como hacerlo en el siglo pasado. O como en casa de la abuela.
¿Vas a probar una?