PANADERO POR AMOR.

Panaderos, artesanos que adoran el pan, lo estudian, lo amasan, lo moldean y hornean. Lo veneran y le muestran amor, respeto y humildad. Personas que se sacrifican por su sabor y aroma, que madrugan lo que hace falta para que no falte lo que no puede faltar en ningún hogar. Gente sencilla dedicada a un oficio para el que, en realidad, no existe preparación alguna. Te pueden enseñar la técnica y el procedimiento (que es también necesario), pero en realidad es algo que se lleva dentro.

Y es que las duras condiciones del trabajo a las que está sometido el panadero no son para cualquiera: altas temperaturas, horarios intempestivos, largas  jornadas….De alguna forma, hay que estar hecho para ello.

Los más afortunados de las nuevas generaciones cuentan con una tradición familiar que les abre las puertas a una profesión cargada de historia y tradición. Otros deben luchar por hacerse un hueco, realizar estudios y confiar en toparse con la oportunidad para abrirse camino en una jungla dominada por las barras precocidas y la producción automatizada.  Aunque, menos mal, cada vez son más los que echan de menos aquel gusto particular de antaño y muestran interés en recuperarlo. Cueste lo que cueste.

¿Y qué les mueve? La pasión por adentrarse en los misterios de un manjar milenario que ha formado parte de la vida del hombre desde casi sus orígenes. El entusiasmo por crear sabor, textura y aroma con sus propias manos; por dar vida a un alimento nutritivo y básico; por encender la llama de un elemento clave de todo hogar alrededor del cual se reúnen los amigos, la familia…la gente querida. El impulso por disfrutar el tacto de la harina tomando forma lentamente en cada movimiento y convirtiéndose en una masa que será tan solo la esencia de una hogaza tierna, crujiente, exquisita. El amor por un aroma que nunca abandona sus memorias.

Pero nada de esto sería posible sin capacidad de trabajo y renuncia. No es fácil poner un pie fuera de la cama cuando todos duermen (o la gran mayoría), a pesar del bochorno o del frío, con la sola idea de encender los hornos y comenzar el día. Tampoco es sencillo sentir el fuego colmando la estancia de forma continua mientras se labora de pie y se aplica esfuerzo y mimo en cada gesto. Pero todo cobra sentido con ese olor, ese crujir tan singular…y, por supuesto, ese sabor a pan recién hecho que, simplemente, no tiene parangón. Un placer que ningún panadero se quiere perder y que desea compartir con todos aquellos que apuestan por lo natural, por lo  tradicional, por lo que sabe.

Por eso uno se hace panadero. Por amor: al pan, al prójimo y a uno mismo. Y en Urrutia lo sabemos bien. Tres generaciones de artesanos en los que se han ido transmitiendo no solo las recetas y el saber hacer, sino también la pasión y el espíritu de sacrificio.

Imagen: Urrutia.
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