Hasta no hace mucho el aceite de palma era uno de los más utilizados en el ámbito del gran consumo pero muchas marcas han optado por prescindir de su uso o, al menos, por reducir al máximo su utilización. ¿El motivo? Que recientes estudios lo han relacionado con el cáncer y que su obtención está causando la deforestación de bosques tropicales y la extinción de especies como el orangután de borneo.
El aceite de palma procede principalmente de África y Asia y ha constituido un gran aliado de una gran cantidad de productos consumibles (especialmente bollería y pastelería), algunos muy conocidos y presentes en la mayoría de hogares. Se le presume un alto contenido en carotenoides, vitaminas y ácidos grasos, es decir, que en principio no era tan malo. Además su producción ha resultado siempre especialmente económica pero el precio real que supone su obtención es excesivo.
De hecho, genera grandes cantidades de dióxido de carbono, provoca la extinción de especies y las constantes expulsiones de población local. Es decir, el impacto natural es devastador. Por esta razón, así como por las investigaciones que apuntan los efectos perjudiciales que su consumo puede tener sobre el organismo, el aceite de palma ha dejado de ser la panacea que ha sido hasta muy recientemente. Sin embargo, aunque se haya reducido su presencia, las empresas alimentarias han buscado sustitutos como el aceite de coco, de girasol, colza o soja, que resultan más contaminantes y caros.
El panorama, por tanto, es complicado. Y a la espera de que se adopten medidas responsables y reales, lo que queda al ciudadano de a pie es tomar decisiones sanas y respetuosas consigo mismo y con el medio ambiente. En definitiva, optar por alimentos ricos en nutrientes y lo más naturales posibles. Porque comer bien puede que no signifique vivir más tiempo, pero sí mejor.
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